El arte de ser coestelar. Ángel Di María se va y con él, una época. No para Argentina nada más: para todos los que disfrutan del futbol arte. Del futbol de calle. Del futbol que no pierde su esencia en el profesionalismo. Y de los jugadores que tienen un aura especial, pero no se endiosan. No se ponen etiquetas para recibir alabanzas. Di María se marcha porque todo tiene un fin, por más triste que sea. El futbol tenía una deuda con él y se ha la pagado a lo grande.

Fueron años de escarmiento sin fin. Final a final, derrota tras derrota, la sádica conclusión de muchos era desoladora: Di María, un pecho frío. Igual que Messi. Igual que los demás. Porque eso es lo fácil cuando no se gana: alzar el dedo y ponerle adjetivos al perdedor. Hoy parece absurdo, pero hace dos años había periodistas en Argentina que pedían de rodillas, ante la cámara de televisión, que Scaloni no volviera a convocar a Di María.

Di María se retirará de Argentina el próximo año. La Copa América 2024 será su último torneo con la Albiceleste. Cuando eso suceda, Di María habrá pasado casi 16 años como seleccionado nacional absoluto (debutó en septiembre de 2008). Se irá como campeón del Mundo. Se irá como el estandarte de un equipo que mezcló a los ídolos maltratados con los ídolos del futuro. Un puente entre dos galaxias.

Di María cargó con toda clase de críticas, insultos y humillaciones. Ahora, gracias a su legado, la nueva oleada argentina no llevará ese peso en las espaldas. Angelito, como le dijeron todos los que le quisieron, entendió que era parte del elenco estelar. Pero el protagonista de la historia era otro: Lionel Messi. Había espacio para los dos. Los buenos siempre deben jugar. Los buenos siempre se deben juntar. Y así fue desde los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Ambos fueron campeones y la sociedad quedó perpetuada en aquel lejano año.

Messi asistió a Di María para anotar el gol del oro ante Nigeria. Era un presagio. Pero no un presagio obvio. Uno tardío y lento. Primero llegaron los años de las calamidades. El Mundial del fracaso en Sudáfrica 2010 con Maradona como entrenador, mentor y sombra del pasado: tenían que hacer lo que él hizo, ganar el Mundial, con la presión de tenerlo en el banco. La final perdida de Brasil 2014 contra Alemania. El rostro vacío de Messi. Las lágrimas de Di María por la orden de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid: que no jugara esa final porque querían «cuidarlo» (que no se lesionara y lo pudieran vender, como finalmente pasó).

Qué decir de las finales contra Chile. Al hilo. En tanda de penales las dos. Una más tormentosa que la anterior. El desastre en Rusia que, sin embargo, le dio valor a las finales antes alcanzadas. Y cuando el anochecer llegaba, el augurio tomó sentido. Di María fue ignorado un tiempo por Lionel Scaloni. Reclamó, presionó por su regreso. Volvió. Pedían de rodillas que no estuviera. Ahora deberían pedirle perdón de rodillas también. Di María anotó en Maracaná en la final contra Brasil de 2021. Argentina era campeón, a nivel mayor, por primera vez en 28 años.

Llegó la Finalissima contra Italia y otra vez. Anotó y ganó. El Mundial de Qatar 2022 fue el clímax de la gloria. Campeones del Mundo por fin. Di María, profeta en su tierra. Pecho frío, nunca. Se irá. Ya se ha ido, más bien, aunque todavía le falte la Copa América del próximo año. A mano con el futbol y con su país. El Fideo es eterno, el mejor coestelar de todos los tiempos.

Fuente: Yahoo Noticias