La fascinante lucha interna que se desata cuando sales a correr.
Todos sabemos que hacer ejercicio es indispensable para gozar de buena salud. Seguir una dieta adecuada, sin tabaco o alcohol, y abandonar el sedentarismo son algunas de las recomendaciones que escuchamos casi a diario para llevar una vida sana… y sin embargo ¿por qué nos cuesta tanto levantarnos del sillón? La respuesta a esta cuestión resulta ser más compleja e interesante de lo que pueda parecer.
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Comencemos por echar un vistazo a nuestro organismo. El homo sapiens es una especie extraña. En la naturaleza no somos el animal más grande, tampoco el más fuerte, ni siquiera somos demasiado veloces… si nos observas con ojo crítico somos un animal bastante débil y lento. Sin embargo somos engañosos, en realidad sí poseemos una característica fisiológica que destaca notablemente sobre el resto de especies: nuestra resistencia. Nadie diría que somos grandes corredores porque cuando hablamos de correr pensamos en correr deprisa. El ejemplo más claro es Aleksandr Sorokin y su récord mundial de cien kilómetros en poco más de seis horas… ninguna especie podría seguirle el ritmo. Somos grandes corredores de fondo, una cualidad tan extraordinaria como poco evidente.
Hemos evolucionado para hacer ejercicio y sin embargo la pregunta inicial sigue ahí… si nuestro organismo es perfecto para levantarse de la silla y recorrer largas distancias durante horas, incluso en las condiciones más adversas de calor y humedad, ¿Por qué nos cuesta tanto hacer ejercicio?
En reciente artículo publicado en Science Focus, el neurocientífico y escritor Dean Burnett ofrece algunas de las claves a esta cuestión fijándose en nuestro cerebro. Es una paradoja interesante: por un lado nuestros músculos y tendones, nuestro bipedismo o nuestras glándulas sudoríparas nos convierten en grandes atletas de fondo… mientras, por otro, nuestro cerebro ha evolucionado para evitar el ejercicio…
Si lo miramos objetivamente el ejercicio no suele ser agradable, genera incomodidad y consume una alta cantidad de energía que nuestro cerebro intenta conservar. Llevar al cuerpo hasta el límite de sus capacidades no es una opción que resulte agradable, mucho más si ese esfuerzo no obtiene una recompensa directa.
De hecho existe una pequeña estructura en nuestro encéfalo, llamada corteza insular o simplemente ínsula, que tiene un papel fundamental en la toma de decisiones. Los estudios muestran que una de sus funciones más fascinantes es calcular cuanta energía va a suponer un determinado ejercicio y decidir si vale o no vale la pena.
Mantenerse en forma requiere un esfuerzo regular y constante sin que exista una recompensa rápida y evidente… algo que no es fácilmente asumible por nuestro centro neuronal de toma de decisiones que, durante millones de años, se ha programado para decisiones rápidas con incentivos claros y compensaciones inmediatas: “hay comida, come”, “hay un peligro, corre”, “hay dolor, evítalo”.
Sin embargo no todo está perdido, la complejidad de nuestro cerebro también posee algunos “trucos bajo la manga” que nos permiten salvar este dilema evolutivo. Nuestro sistema de motivación y acción también es capaz de retrasar la gratificación. Nuestro pensamiento simbólico puede mirar más allá y rechazar una recompensa inmediata (o aceptar un sufrimiento indeseado) siempre que esto pueda conducir a una recompensa mayor en el futuro… aquí está la clave de la motivación.
Nuestro cerebro también es fácil de engañar y es aquí donde aparece la denominada “falacia del mundo justo”, una idea aceptada por nuestros circuitos que asumen que el esfuerzo (e incluso el sufrimiento) probablemente generará recompensas más adelante. Los estudios también muestran que la cultura del esfuerzo también es un poderoso aliciente evolutivo que nos hace creer firmemente que las incomodidades, sufrimiento, energía y esfuerzo que requiere una determinada actividad nos traerá una recompensa mayor en el futuro.
Las estadísticas dicen que los “deseos y buenos propósitos de año nuevo” incrementan el número de inscripciones a los gimnasios durante este mes de enero… y descienden vertiginosamente en febrero. Resulta fascinante pensar que cada vez que te pones las zapatillas de deporte y te dispones a salir a correr un rato por las mañanas, en tu cerebro se libra una batalla con elementos evolutivos, sociales y culturales arraigados durante millones de años.
Fuentes: Yahoo Noticias